miércoles, 20 de abril de 2016

Cuaderno XXII

1055

Consideremos que el poema se ha agotado en su forma:ahora es un objeto en el mundo. Leamos sin melancolía la breve historia de su entusiasmo

1056

Volver al poema como se vuelve a las cosas. Sin sobresaltos infantiles. Volver a esa planicie sin relieves y aprender de su indiferencia.

1057

Sólo el poema entiende el mundo fuera de sí y no en sí mismo. Su innegable virtud está en librarlo de toda sustancia sin disolverlo.

1057

La página blanca dicta: no se puede escribir a partir de nada, retrocede. El autor lo sabe. Escribe sobre la experiencia de esa imposibilidad.

1058

-X: Quien escribe un poema está del lado del instante. Quien lo lee -digo bien, quien sostiene       fielmente el poema- se inscribe en la eternidad.
-Y: La eternidad del poema es, ya lo sabe el lector, una breve interrupción del tiempo.

1059

En el pensamiento poético no existe la contradicción radical. Nada más la chispa del choque de los opuestos. Nada más el furor de lo inconciliable. Con ese brillo y ese ruido el poema piensa el mundo.

1060

La poesía opera sobre la razón obnubilada. Su naturaleza es por tanto conflictiva como violento es su acaecer. El poema resulta al final de esa turbación: primero  aclara en el lenguaje y luego en los sentidos. Este proceso se reincida con la lectura. Experimentar estas polaridades que nos llevan de la poesía al poema nos obliga a tomar partido: se es víctima o autor.

1061

El poema nace de sí, por tanto carece de pasado. Su punto de partida es su punto de llegada, por eso decimos que el instante en que el poema se trabaja es su porvenir.

1062

Al contrario que el poeta el filósofo hace del enigma una evidencia. Su oficio es puro: vigila y custodia el devenir de la impuntual Idea.

1063
Toda realidad necesita un rostro. El artista no hace otra cosa que ensayar su máscara, su nombre y su medida. Forma, palabra y número.

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